Encíclica Cuaresma 2013

Queridos fieles,

¡Ha llegado el tiempo bienaventurado, el tiempo del arrepentimiento!

Con éstas palabras de la apósticha leída en las Vísperas del Perdón es que la Santa Iglesia inaugura la Gran Cuaresma. La frase está tomada de la Segunda Epístola de San Pablo a los Cortintios (2 Cor 6:2); a su vez, tomada del Profeta Isaías (Is49:8). Sin embargo, el himno eclesiástico cambia la palabra “salvación”, que se encuentra en el texto original de San Pablo por la palabra “arrepentiemiento”.

¿Por qué se ha usado “arrepentimiento” en lugar de “salvación? ¿Cuál es la necesidad de alterar el texto de la Sagrada Escritura? La razón es, al mismo tiempo, sencilla y profunda. El arrepentimiento es el medio por el cual el cristiano llega a la salvación. Nuestro Señor y Salvador comienza su ministerio, predicando y proclamando la Buena Nueva de ésta manera: “Arrepiéntanse, pues el reino de los cielos está cerca” (San Mateo 4:17).

El arrepentimiento no es meramente un hecho, una petición hecha a Dios para el perdón de nuestros pecados. El arrepentimiento verdadero y honesto implica un cambio radical en nuestras vidas. La palabra griega de donde proviene – metάnoia – significa: voltear la mente, es decir, cambiar de parecer o transformar los pensamientos. El voltear nuestros pensamientos pecaminosos hacia la mente de Cristo es el recorrer el camino de la vida, pero empieza por un un reconocimiento de la naturaleza pecadora, seguida por una petición para ser perdonados y librados del pecado. Luego, se hacen patentes los “frutos del arrepentimiento” (San Lucas 3:8) que son la expresión cotidana de nuestro estado interior, cuya máxima expresión es el ayuno. El guardar ciertos alimentos y bebidas no es el propósito del ayuno, como algunos piensan de manera erronea, sino que, al negarnos los placeres carnales por contrición ante Dios, demostramos la intención de llevar a cabo dicho cambio. Más aún, al hacer a un lado las cosas materiales, podemos “purificar nuestros sentidos para contemplar a Cristo, radiante con la inefable luz de la Resurrección”, como cantamos en el Canon Pascual.

En su homilía sobre la Gran Cuaresma, Abba Dorotheos de Gaza compara el Santo Ayuno con las limosnas que los israelitas ofrecían a Yavhé en el Antiguo Testamento. Él calcula que la Gran Cuaresma dura una décima parte del año y que dicho periodo nos es dado por Gracia para arrepentirnos de los pecados cometidos a lo largo del año.

Nadie puede conocer a Dios si no se conoce a sí mismo. Nadie puede tener autoconocimiento sin arrepentimiento. De esto se sigue que nadie puede conocer a Dios sin arrepentimiento.

El verdadero cristiano no es aquel que sabe sobre Dios, sino aquel que conoce a Dios.

Queridos, el mensaje de arrepentimiento tiene a todos por destinatarios, tanto clero como fieles. El clero muchas veces cae en la tentación de considerarse ajeno o superior a la ley. Por lo contrario, el clero debe contemplarse a sí mismo como mayor pecador y responsible ante Dios, aún antes que la feligresía y necesitado de arrepentimiento. Si nos humillamos por el arrepentimiento, la Gracia de Dios nos guardará bajo su sombra, haciéndonos participles cada vez más de la naturaleza Divina, en un estado de iluminación, que es el estado que todo cristiano debe buscar para su vida. Si limpiamos el ojo de nuestra mente y nuestra alma por medio del arrepentimiento, la Gracia Divina irradiara sobre toda nuestra existencia. El llamado que se nos hace es a vivir en éste estado. Empero, cuando leemos en las obras y tratados de los Santos Padres que los venerables monjes y ascetas se culpaban a sí mismos por no haber comenzado siquiera a arrepentirse, ¿Qué nos queda, mas que preguntar si nosotros ya hemos comenzado a arrepentirnos? ¡Ahora es el momento para hacerlo!

Queridos, tan seguido como hablamos con ustedes es que les procuramos impartir y enseñar el mensaje del arrepentimiento. Es el mensaje de la salvación. Al cargar con el Cruz del ayuno, alcanzamos la Resurrección, es decir, por el arrepentimiento alcanzamos la salvación. Que Dios nos permita, al clero y los fieles por igual, crucificar nuestra voluntad para hacerla una con la de Dios y ofrecer un ayuno aceptable, que no sea un mero rechazo de la comida que el cuerpo necesita. Ayunemos con nuestra lengua para no emitir palabrería vana; ayunemos con el pensamiento para no envidiar o ser jueces de los demás. Ofrezcamos limosna a los pobres y oremos para que Dios nos encuentre dignos y nos acepte como miembros de Su reino celestial. Éste es el ayuno que es aceptable a los ojos de Dios. Sobre todo, que sea un periodo donde impere y viva len nuestros corazones a esperanza de la Resurrección, al atender las palabras de nuestro Salvador:

“Ahora me levantaré, dice el Señor. Los haré partícipes de la salvación y ¡Seré manifiesto en ella!” (Salmo 11:5).

Su suplicante fervoroso ante el Señor,

† Demetrio de Boston

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